Encontrar a Jesús en la misión



El Capitulo General XIV de los religiosos de Don Orione, en el número 14 del documento final “Servidores de Cristo y de los pobres; la persona del religioso orionino” abordando el tema de la vida espiritual de los religiosos, traza un objetivo para que los miembros de la Congregación vivan de Dios, renovando con creatividad la vida espiritual personal y comunitaria. El acento de este horizonte está puesto, evidentemente, en que la vida espiritual sea una verdadera relación con Dios. Al presente el desafío, y del resto siempre será así, permanece el mismo que en el pasado como lo fue para los discípulos Juan y Andrés desde aquella famosa tarde del evangelio de Juan: saber dónde vive el Maestro (cf. Jn 1, 37). También hoy cada uno de nosotros se interroga: ¿dónde encontrarse con Jesús? No es que teóricamente no lo sepamos, sino que, en realidad, este encuentro con el Señor debe pasar de ser una idea a ser un auténtico acontecimiento, un hecho de nuestra vida. Del cual también nosotros podamos decir a todos, como lo escribió el evangelista, que pasaron con él todo ese día y hasta recordar la hora del encuentro: eran como las cuatro de la tarde (cf. Jn 1,39).
Papa Francisco ha dado algunas pistas en su exhortación “Evangelii gaudium” cuando al número 23 afirma: “La intimidad de la Iglesia con Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión esencialmente se configura como comunión misionera”. Dos binomios que marcan la identidad y acción del camino de renovación eclesial: intimidad-itinerante y comunión-misionera.

Intimidad itinerante

¿Dónde encontrarse privilegiadamente con Jesús? O, en otros términos, ¿cuáles son los lugares, las personas, los dones que hablan de Jesús, que ponen en comunión con él y permiten ser discípulos y misioneros suyos? De una manera prevalente, aunque no excluyente, y siguiendo la senda trazada por “Ecclesia in America”, la V Conferencia de los Obispos Latinoamericanos privilegia una serie de “lugares” de encuentro del Señor con sus discípulos, teniendo como marco básico para su realización la fe recibida, la mediación de la Iglesia, “casa” de los discípulos (cf. Aparecida, 246), y la búsqueda de Cristo, que no se puede reducir a algo meramente abstracto, sino que debe ampliarse valorando la experiencia personal y lo vivencial, considerando los encuentros también en cuanto estos sean significativos para la persona. Con estos presupuestos, los lugares de encuentro concitados por Aparecida son: la fe recibida en la Iglesia, la Escritura, la Liturgia, la Eucaristía, el Sacramento de la Reconciliación, la oración personal y comunitaria, la comunidad, los pobres, afligidos y enfermos, la piedad popular, la Virgen María y la devoción a los apóstoles y santos. Y es en esta perspectiva que Don Orione ha testimoniado una intimidad itinerante cuando en la praxis misionera ha sentido que servía a Jesús. Escribiendo su famosa carta sobre la fe, navegando el río Paraná en viaje hacia el Chaco e Itatí en Argentina, el 24 de junio de 1937 escribía como síntesis de su vida:

“[...] En nombre de la Divina Providencia, he abierto los brazos y el corazón a sanos y a enfermos, de toda edad, de toda religión, y de toda nacionalidad: junto con el pan material, hubiera querido darles a todos, pero especialmente a nuestros hermanos más sufridos y abandonados, el divino bálsamo de la Fe. Muchas veces he sentido a Jesús junto a mí, muchas veces lo he como entrevisto a Jesús en los rechazados y en los más desdichados”.

Don Orione no sólo ha servido a Jesús en los pobres, sino que en ellos también ha experimentado el abrazo, la sonrisa y el amor del Señor. Y esto, es decir el apostolado de frontera, ha sido para él el lugar de su experiencia histórica con Jesús: cuando amó y sirvió a los pequeños del Señor. Tener experiencia de Jesús quiere decir salir a su encuentro en los caminos de la historia, en los corazones de los hombres que forman el gran pueblo de Dios. Y de un modo particular transitando los caminos que abre el Señor en búsqueda de los corazones que esperan su misericordia. El cristiano encuentra, por lo tanto, un lugar privilegiado para dar con Jesús, caminando junto a El en busca de los hombres.

La comunión misionera

En este sentido entonces, la denominada comunión misionera subraya como lugar esencial para la comunión no primeramente lo “programático”, sino lo “paradigmático”. Así, como afirma Cristián Roncagliolo, profesor de la Universidad Católica de Chile, “lo que constituye la comunión no es el cumplimiento riguroso de un itinerario fraguado por una organización –y que rápidamente queda obsoleto en un mundo que cambia vertiginosamente–, ni es la uniformidad que puede pretender esa estructura –sin desmerecer el valor de las orientaciones comunes –, ni es el centralismo de la gestión pastoral –que ubica al ministro Ordenado como “el lugar” de la comunión–, sino es la común misión que brota de la unidad entrañable con el Señor, que se verifica en los “lugares de encuentro” con Cristo –la fe recibida en la Iglesia, la Eucaristía, los otros Sacramentos, la Sagrada Escritura, etc.–, y que se fortalece en la medida en que sus miembros, diversos por antonomasia, dirigen la mirada al “corazón del Evangelio” (EG 130).
Para Don Orione, por tanto, el misionero debe alimentar en sí, aquella predisposición a encarnar en su vida el mensaje que anuncia. Esta experiencia personal de seguimiento de la persona de Cristo, fue de vital importancia para nuestro Fundador: quien no vive este estado de identificación con el Señor, no produce sino escepticismo y rechazo hacia el Evangelio. Por ello a Don Giuseppe Adaglio, misionero en Tierra Santa, le escribió en estos términos:

[…] Estoy edificado por tu espíritu, como lo estoy por tu trabajo y por la vida que llevas, y estoy de acuerdo plenamente contigo: los Misioneros deben tener buen espíritu, ser idóneos y trabajadores. Vengo también de países de Misión, y quizás de Misiones que lo sean más que la Tierra Santa. Pienso que, como los Apóstoles comenzaron su vida apostólica dejándolo todo para seguir a Jesucristo, así - y solo así se llega a ser auténticos misioneros, y no Misioneros de nombre, de burla, chapuceros y traficantes de dinero. […] ¡Cuántas veces he sentido vergüenza ajena por aquellos «Señores Misioneros», ¡y cuántas veces he llorado! ¡pobre Iglesia! y ¡pobres Almas! ¡qué gran daño para las almas y la causa del mismo Evangelio!


En síntesis, la propuesta de la “misión” como lugar de comunión visibiliza un paradigma nuevo donde la Iglesia, lejos de vivir curvada sobre sí misma, se abre a la pluralidad y diversidad que la constituye, favoreciendo que la comunión se verifique en la común tarea de todos, que es evangelizar.

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