Don Orione y Victor Hugo: Las puertas de la Providencia
Las puertas de la Providencia
P. Fernando Héctor Fornerod fdp
Pcia. Roque Sáenz Peña, Chaco
Algunos meses atrás, viendo en “You tube”, el video en el que Susan Boyle, gana el pasaje a la final del “Britains Got Talent 2009”, quedé maravillado de la voz de esta cantante escocesa y también del contexto que rodeó esa presentación[1]. En efecto, recordarán que Susan, mientras se presentaba en medio de risas y burlas de quienes estaban en el Glasgow Theater, por su aspecto físico y sus pretensiones artísticas, apenas iniciado el tema, logra cambiar la opinión del público, que después la aplaude deslumbrado por su extraordinaria voz. La canción “I dreamed a Dream”, con la que la cantante ganaba el pasaje a la final, estaba tomada de la versión teatral del libro “Los Miserables” del escritor francés Víctor Hugo (1802-1885). Este libro, publicado en su versión francesa en 1862, es considerado una de las novelas más importantes del movimiento literario romántico del siglo XIX. ¿A qué viene todo esto? Es que este simple hecho, motivó mi curiosidad por saber algo más del tema. Después de escuchar con atención la letra de la canción, decidí comprar el libro. No puedo ocultarles que, en el momento de adquirir un ejemplar, me sorprendí al ver que se trataba de una novela de más de mil páginas. Con todo, bastaron los primeros capítulos para que la historia me atrapara, como sólo pueden hacerlo, los grandes clásicos.
En la nota preliminar a la versión castellana que poseo, se puede leer que “Owen Evans escribió que “ningún escritor del siglo proporcionó mayor servicio que Hugo a la causa de la justicia social. Nadie, en ningún país obró con más grande independencia política y desinterés personal para crear una conciencia de solidaridad humana” y más adelante, “Paul Barret opina que Víctor Hugo, fue bajo todas las formas de gobierno, el abogado de todos los desheredados, de todos los infortunados, de todos los oprimidos, naciones o individuos; una gran piedad fue siempre el infalible impulso con que propuso o sostuvo reformas sociales”[2].
A medida que entraba en la trama de la novela, pude corroborar tales expresiones y fascinarme por el contenido del libro, su estilo literario y su mensaje. Pero descubrí una hermosa perla: estoy seguro que Don Orione, experimentó personalmente, todo esto que les he comentado. En efecto, en el libro segundo de “Los Miserables”, hay una escena que indudablemente inspiró a nuestro Fundador, a escribir una de sus más hermosas páginas sobre el “Pequeño Cottolengo Argentino”. Se trata de la escena del dialogo que tiene Mons. Myriel con el convicto Juan Valjean; éste ultimo buscando un refugio después de haber quedado libre, no encontró más que gestos agresivos y rechazo en los habitantes de aquel poblado. Cuando todo parecía perdido, y él mismo estaba
“[...] destrozado por el cansancio, y no esperando ya nada, se echó sobre el banco de piedra que estaba a la puerta de aquella imprenta. Una anciana salía de la iglesia en aquel momento, y vió a aquel hombre tendido en la oscuridad.
-¿Qué haceis, buen amigo? –le preguntó.
–Ya lo véis, buena mujer, me acuesto –le contestó con voz colérica y dura.
La buena mujer, bien digna de este nombre, era la marquesa de R.
-¿En ese banco? -replicó. [...]
–He llamado a todas las puertas.
-¿Y qué?
–De todas me han arrojado.
La “buena mujer” tocó en el hombro al viajero, y le señaló al otro extremo de la plaza una puerta pequeña al lado el palacio arzobispal.
-¿Habéis llamado –repitió- a todas las puertas?
– Sí.
-¿Habéis llamado a aquélla?
–No.
–Pues llamad a ella[3].
Y fue así que nuestro amigo, se dirigió al lugar indicado por la anciana. El obispo, que estaba por cenar con su hermana y el ama de llaves, escuchó que golpeaban la puerta de su casa, y sin preguntar quien lo hacía, dio el permiso de entrar. Las mujeres, ante la figura que salía de la oscuridad, quedaron mudas e inmóviles como estatuas. El obispo, con mirada tranquila, escuchó de boca del presidiario todas las peripecias que había sufrido buscando un lugar para dormir. Después de esto, ordenó que prepararan un cuarto para el visitante recién llegado. Y, dirigiéndose a su ama de llaves, indicó:
-Señora Magloire [...], poned un cubierto más [...] Mientras hablaba, el obispo se había levantado a cerrar la puerta que había quedado completamente abierta. La señora Magloire volvió, y trajo un cubierto que puso en la mesa.
– Señora Magloire –dijo el obispo-, poned ese cubierto lo más cerca posible de la lumbre. –y volviéndose hacia su huésped-: El viento de la noche es muy crudo en los Alpes: ¿teneis frío, caballero?
Cada vez que pronunciaba la palabra caballero con su voz dulcemente grave, se iluminaba la fisionomía del huésped. Llamar caballero a un presidiario, es dar un vaso de agua a un naúfrago de la Medusa. La ignominia está sedienta de consideración.
–Mal alumbra esta luz –dijo el obispo. La señora Magloire lo oyó; trajo de la chimenea del cuarto de Su Ilustrísima los dos candelabros de plata, y los puso encendidos en la mesa.
–Señor cura –dijo el hombre-, sois bueno; no me despreciáis. Me recibís en vuestra casa. Encendéis las velas para mi. Y sin embargo, no os he ocultado de dónde vengo, y que soy un miserable.
El obispo que estaba sentado a su lado, le tocó suavemente la mano:
–Podéis escusaros el decirme quién sois. Esta no es mi casa, es la casa de Jesucristo. Esa puerta no pregunta al que entra por ella si tiene un nombre, sino si tiene algún dolor. Padecéis; tenéis hambre y sed: pues séais bienvenido. No me lo agradezcáis; no me digáis que os recibo en mi casa. Aquí no está en su casa más que el que necesita un asilo. Así debo decíroslo a vos que pasáis por aquí: estáis en vuestra casa más que yo en la mía. Todo lo que hay aquí es vuestro. ¿Para qué necesito saber vuestro nombre? Además, tenéis un nombre que antes que le dijéseis lo sabía yo.
El hombre abrió sus ojos asombrado.
–¿De veras? ¿Sabéis cómo me llamo?
–Sí –respondió el obispo-, ¡os llamáis mi hermano![4]
Efectivamente: como no ver en este texto huguiano, la inspiración del famoso pasaje de Don Orione sobre el “Pequeño Cottolengo Argentino”:
Deo gratias!
Confiados en la Divina Providencia, en el gran corazón de los argentinos y en cada persona de buena voluntad, se inicia en Buenos Aires, en el Nombre de Dios y con la bendición de la Iglesia, una humildísima Obra de fe y de caridad, que tiene como objetivo dar asilo, pan y consuelo a “los desamparados”[5], que no han podido encontrar ayuda y refugio en otras Instituciones de beneficencia. La Obra extrae vida y espíritu de la caridad de Cristo, y su nombre de San José Benito Cottolengo, que fue Apóstol y Padre de los pobres más infelices.
La puerta del Pequeño Cottolengo no preguntará a quien entra si tiene un nombre, sino solamente si tiene un dolor.
"Charitas Christi urget nos" (II Cor., IV). ¡Cuántas bendiciones tendrán de Dios y de nuestros queridos pobres aquellos generosos, que nos darán ayuda para aliviar tantas miserias, para lenir los dolores de aquellos que son como el deshecho de la sociedad![6]
Hay otros testimonios que hablan, no solamente que Don Orione leyó “Los Miserables”, sino que tenía admiración por algunas de las expresiones de la novela francesa. Escribiendo una carta, de la cual se conserva solo una minuta,[7] posiblemente dirigida a madre que está preocupada por la situación de su hijo, y por el cual, en estos momentos ella está sufriendo, la anima a permanecer firme en la fe, para reconocer el consuelo de Dios. Y a renglón seguido, hace una analogía entre su situación y aquella descrita en el libro del escritor francés:
[...] Siempre ha quedado impresa en mi, la figura venerada de aquel obispo, que Victor Hugo describe en los dos primeros libros de “Los Miserables”, que supo librar del abismo y dar consuelo y liberación al condenado Juan Valjean, evitando de sermonearlo con alguna palabra que sonase a un reto, adornada de moral y de admonición. ¡Cuán sublime y divina caridad de Jesucristo! ¡Y qué grande es la iglesia en aquel obispo! [...][8]
Pero Don Orione, en otro lugar, da un paso más: en el episodio del encuentro de Mons. Myriel con Juan Valjean en aquella casa, nuestro Fundador, identifica el obispo con aquel que hizo de su “Pequeña Casa”, la casa de todos:
[…] En “Los Miserables” de Victor Hugo, la escena del presidiario: - echado de uno y otro albergue: ve cerrarse precipitadamente todas las puertas; implora un vaso de agua y obtiene la amenaza de un escopetazo; hasta un perro lo echa de su canil. Finalmente, siguiendo el consejo de una anciana, que salía de la iglesia, golpea la puerta de Mons. Myriel: “¡Entrad!” Y el obispo, que lo saluda, lo abraza, le brinda la más fraterna y dulce hospitalidad. “Pero no le he dicho mi nombre – grita el condenado – mi nombre que a todos da miedo. ¿Y Ud. no me rechaza? Y Mons. Myriel responde: Esta no es mi casa, es la casa de Jesucristo. Esa puerta no pregunta al que entra por ella si tiene un nombre, sino si tiene algún dolor. “Los Miserables” salían a la luz en 1866, pero desde hacía 35 años, Turín, tenía esa puerta. Victor Hugo la había descrito como un ideal, como un sueño. [Pero ya] era una realidad: en el Cottolengo no se pregunta si [alguno] tenga un nombre, sino solamente si tiene un dolor. Y delante a aquella puerta Victor Hugo hubiese ciertamente repetido la frase del condenado: “Qué hermoso, es un buen sacerdote!” ¡Y el Beato [José Benito] Cottolengo fue [ese] buen sacerdote![9]
Para Don Orione ese buen sacerdote, que en la novela es descrito como compasivo hacia quien sufre, ha tenido su anticipación histórica, en la figura de José Benito Cottolengo (1786-1842) y su maravillosa obra en Turín: “La Pequeña Casa”. Suficiente es recordar, cuánto aprendió nuestro Fundador en aquél lugar, mientras se encontraba en el Oratorio Salesiano de Valdocco:
[…] entonces, cuando estaba en el oratorio de Don Bosco, recuerdo que nos llevaban a pasear, allá alrededor del Cottolengo de Turín. Y pasando por allá se veían aquellos pobres enfermos y epilépticos. Y yo me sentía atraído por aquellos pobrecitos, los miraba con compasión, y sentía gran deseo de ir al encuentro de ellos para aliviar sus sufrimientos. Experimentaba como una gran alegrúa en verlos, y aquella era la diversión más grande de mi paseo [...][10].
Pero permítaseme agregar que, si Don Orione vio en la figura de aquel sacerdote bueno a nuestro patrono San José Benito Cottolengo, tal vez la “buena mujer” que saliendo de la iglesia observó al hombre tendido en la oscuridad, rechazado por todos, e indicó la puerta de la casa del arzobispo, como un lugar seguro, sea la Providencia. En efecto, es la acción del Buen Dios providente, que actuando en la historia por medio de Cristo y del Espíritu de ambos, hace de cada uno de nosotros los colaboradores de su obra liberadora. Es por ello que la historia, esconde un secreto muy valioso, que se revela solamente a quien sabe contemplarla con ojos nuevos: la mirada hecha con los ojos de la fe, que permite descubrir, en el sucederse de los acontecimientos, la finalidad y la intencionalidad del acto liberador de Dios. Más aún, es la Providencia, la que nos indica las puertas que deberemos abrir, para asumir en nuestras existencias el modo paternal y maternal de la caridad, con el cual Ella nos conduce a nuestro fin.
[1] http://www.youtube.com/watch?v=iYURMtJKWT0
[2] Peñalosa, J., Nota preliminar, en Víctor Hugo, Los Miserables, Editorial Porrua, México, 200720, 21.
[3] Víctor Hugo, Los Miserables, 52-53.
[4] Ídem, 58.
[5] La expresión “los desamparados”, en el original italiano de 1935, fue escrita en castellano por Don Orione. En la versión italiana, posteriormente publicada en Lettere de 1969, se agregó seguidamente su traducción “agli abbandonati” (Lettere II, 223), que no estaba en el original de 1935. Esto dio origen a que, en la versión castellana de 1974, la palabra se tradujese erróneamente dos veces: “[...] tiene como objetivo dar asilo, pan y consuelo a “los desamparados”, a los abandonados, que no han podido encontrar ayuda y refugio [...]”En camino con Don Orione, I, 175.
[6] Orione, L., [«Il Piccolo Cottolengo Argentino», oimp., ADO, Sccir., 13.04.1935 |1|]. Esta carta circular, fue impresa en italiano y enviada a Italia, para dar noticia de la bendición de la piedra fundamental del “Pequeño Cottolengo Argentino” en Claypole. Conservamos una versión castellana de la misma en: En camino con Don Orione; extractos de sus cartas, I, Pcia. Ntra. Sra. de la Guardia, Victoria, 1974, 175 ss. Los caracteres en cursiva, en el original [ndt].
[7] En adelante usamos la abreviatura archivística: mi.
[8] Orione, L., [“buona figliuola di Dio”, 25.03.1926, ADO, Scr., 47,46]. O la referencia a Juan Valjean en un apunte hecho posiblemente para un discurso: ADO, Scr., 79,342. Y también, haciendo referencia a otro pasaje de la misma novela: “[…] La fe es la primer virtud del cristiano: mediante ella creemos las verdades reveladas por Dios, y que la Iglesia nos propone creer. Pero ella es también la primera necesidad del hombre; ¡desdichado el que no cree! Dijo V. Hugo ([Los] Miserables, 1. VII)” en ADO, Scr., 82,1. Otras referencias: sobre la oración en el Pequeño Cottolengo de Génova: “[...] Primera nota es la oración – la oración querida por Jesús. [...] las casas de la oración son las defensas de la ciudad. No se tienen presente y se olvida que también Víctor Hugo ha escrito que, las manos juntas, también son activas y trabajan”; en ADO, Scr., 83,188. [mi., ADO, Scr., 94,199]. O sobre la fe, donde cita otro pasaje del mencionado libro: [mi., ADO, Scr., 89,26].
[9] Orione, L., [mi., ADO, Scr., 97,267-268].
[10] Texto de Luis Orione citado en: Secretariado de Espiritualidad, San Juan Bosco y el Beato Luis Orione; un adolescente en la escuela de un Gigante 1886-1889, I, Pequeña Obra de la Divina Providencia, Buenos Aires, 1989, 115-116.
Leyendo estos párrafos de Los Miserables, pido a Dios que el corazón de todos los orionitas se abran al AMOR, a la acogida de tantos hermanos necesitados, no sólo del pan material sino de la escucha, del abrazo fraterno, de devolver la dignidad a tantos, y especialmente elevo mi oración por esta maravillosa Obra Don Orione.Gracias padre Fernando por su explicación tan esclarecedora.
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