La vida y misión como peregrinar

Fernando Fornerod
Pcia. Roque Sáenz Peña
Chaco
Aplicando los conceptos que hemos visto en la primer parte de nuestra exposición ("La vida y misión como llamado"), podemos concluir que cuando quitamos del horizonte de nuestra vida y entrega a los demás, en el fondo es porque decidimos no caminar más. ¿Por qué podría suceder esto? Uno de los motivos para dejar de peregrinar es la desesperanza. Un ejemplo paradigmático es el episodio vivido por Elías; quien después del triunfo del desafío con los falsos profetas de Baal tuvo miedo, huyó. Mas tarde viendo los resultados de sus acciones, fue a sentarse bajo una retama, y deseándose la muerte, dijo “basta ya, Yahveh” (1Re 19,3-5).
La huida, es una alternativa suicida a la construcción del horizonte de sentido existencial. En el Sagrada Escritura, se narran dos experiencias emblemáticas de esta situación; una en el AT: Jonás que planea huir a Tarsis para no involucrarse en la liberación de Nínive (Jo 1,3 ss.); la otra, en el NT: los discípulos que entristecidos vuelven a Emaús, porque después de lo que ocurrió en Jerusalén ya no hay que nada, o mejor dicho, nadie quien esperar (Lc 24,1ss).
En Don Orione encontramos también una experiencia semejante: una huida como la de Jonás. Pero para Don Orione, Buenos Aires, fue la Tarsis y el Emaús de la experiencia bíblica. El contexto del siguiente fragmento orionino está tomado de una carta personal fechada el 1 de agosto de 1936; Don Orione desde la capital argentina, ignorando los motivos de la intervención pontificia del Abad Emanuel Caronti, relaciona ésta con los acontecimientos por los que había escrito, dos años atrás, a Mons. Simón Pietro Grassi; entonces explicó al Abad las motivaciones profundas que lo llevaron a venir a América Latina:
[...] Y aquí me parece conveniente manifestar en forma reservada a su Excelencia, que, cuando dejé Italia, no vine a América sólo con la intención de visitar las casas que la Pequeña Obra de la Divina Providencia ya poseía aquí, sino que sin confesárselo a nadie, ni siquiera a Don Sterpi, para no causarle un dolor todavía más grave, me he arrojado al mar, como si fuese un Jonás, con la esperanza de que mi alejamiento, calmase las olas furiosas, y salvado la barca de mi pobre Congregación. Y además era necesario que yo me alejara para interponer un acto claro, en salvaguarda de mi buen nombre. Desde hace cuatro años que vengo esperando en vano, en silencio, en oración y confianza, que se dijese una palabra de defensa de una horrible calumnia, divulgada en la Diócesis y fuera de ella, semejante a la del vicioso Sacerdote Florencio. Viendo que, entonces, era inútil esperar, he creído que debía seguir el ejemplo de San Benito, que abandonó Subiaco, y se retiró a Montecassino. Por lo que desaparecí silenciosamente de Tortona, aprovechando la ocasión del Congreso Eucarístico. Y, dejando la Congregación en buenas manos, puse mi causa en las manos de Dios[1].
El horizonte de sentido existencial aparece cuando en mi rostro están los rostros de quienes son los destinatarios de mi existencia, llamado y vocación. Cuando en mi rostro están tallados los rostros de mis hermanos del Pequeño Cottolengo, de los hogares, de las escuelas y misiones en las que vivimos entregando nuestras vidas. Porque no peregrinamos a lugares: peregrinamos a los hermanos y hermanas y en ellos peregrinamos al Otro, que es Dios.
Y así como la novedad del Reino se pone de manifiesto en el amor a los pobres y en su liberación, esta caridad es la confesión de fe más profunda de la presencia salvífica de Cristo en la historia. En esta perspectiva entendemos la intensidad heroica con la que Don Orione vivió su pasión apostólica en favor de los hombres. Su ardor, por hacer que todos sean alcanzados por este amor de Jesús, lo llevó a pedirle la gracia de alcanzar los más alejados; los excluidos; los que son considerados por el mundo como desperdicios: y Luis Orione peregrinó a los otros, abrazando la condición de Jesús; tallando en su rostro el sufrimiento de sus hermanos en su propio corazón:
[...] Por lo tanto, Dios mío, presérvame de la funesta ilusión, del diabólico engaño que yo, sacerdote, deba ocuparme exclusivamente de quien viene a la Iglesia y a recibir los santos Sacramentos; de las almas fieles y de las mujeres piadosas [...] Sólo cuando esté desecho de cansancio y muerto tres veces corriendo y llamando a los pecadores y también a los Escribas y Fariseos, solamente entonces podré buscar algún reposo entre los justos [...]2].
Pero más adelante en los años, Luis Orione siente que esto no es suficiente:
|3| [...] La perfecta alegría no puede estar sino en la entrega de uno mismo a Dios y a los hombres, a todos los hombres, a los más miserables como a los maltrechos, físicamente o moralmente; a los alejados, a los culpables, a los adversarios. Colócame, Señor, en la boca del infierno, para que yo, por tu misericordia, la cierre. Que mi secreto martirio por la salvación de las almas, de todas ellas, sea mi paraíso y mi suprema bienaventuranza [...][3].
Sentir la herida ajena como propia me hace peregrinar a los otros. Para estar allí; y curarme curando. Llegar al infierno y cerrar sus puertas, no es sino llegar al corazón del pecador con la autenticidad del amor misericordioso del Padre en las manos tiernas de su madre la Iglesia. Cerrar la boca del infierno es llegar al corazón del pecador, con el amor de Cristo, para que en este diálogo se pueda liberar el corazón del hombre prisionero del pecado, aislado de la presencia de Dios (“Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte” 1Jn 3,14). Romper este aislamiento a donde ha sido conducido engañado el hombre, donde el pecador sufre sin encontrar el amor y la felicidad que se ilude hallar fuera de Dios[4].
Cerrar la boca del infierno, es quitar con el amor transformador todos los obstáculos que impiden a la gracia de Dios vivir la alianza de comunión con el hombre. Es vivir la caridad, el amor por los hombres sus hermanos que lo lleva a pensar estar separado de Cristo con tal de que experimenten el amor de Dios (“Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia razaRom 9,3). Es mostrar un rostro verdadero de la Iglesia, porque ella aún siendo casta es también meretrix, es decir causa de la caída de los hombres. La actitud de Cristo de no descender de la cruz, de seguir abrazando la humanidad marcada por el pecado, muestra un horizonte inaudito: Cristo ha querido amar lo que la sociedad considera «un desecho» y ante quienes se voltea el rostro. Mas esto, no lo consideró suficiente: Dios mismo en Cristo ha querido ser desecho, manifestando de ese modo su predilección y la autenticidad de su amor por el hombre.
[...] Oh Jesús, en verdad tú has sido el desecho del mundo y en esto nuestros queridos pobres del Pequeño Cottolengo se asemejan un poco a ti. Oh Jesús, tu primer pueblo te ha rechazado y no quiso recibirte. Te convertiste en el gran Repudiado. Tú no has tenido otra cosa que una gruta abierta a la intemperie: Tú eres el Primero de los pobres del Cottolengo[5].
Pero el otro gran obstáculo para peregrinar es la tristeza; y es una tentación muy sutil, ya que en realidad más que desviarnos del camino, lo terrible de la tristeza es invitarnos a detenernos; a no peregrinar más. Sospechando y entristecidos que Dios no cumpla sus promesas anunciadas (“El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?». Ellos se detuvieron, con el semblante triste” Lc 24,17). Y ¿para quién nos soñó el Señor? Luis Orione ¿hacia quiénes nos llamó a peregrinar?
[...] En nombre de la Divina Providencia, he abierto los brazos y el corazón a sanos y a enfermos, de toda edad, de toda religión, y de toda nacionalidad: junto con el pan material, hubiera querido darles a todos, pero especialmente a nuestros hermanos más sufridos y abandonados, el divino bálsamo de la Fe. Muchas veces he sentido a Jesús junto a mí, muchas veces lo he como entrevisto a Jesús en los rechazados y en los más desdichados. Esta Obra es tan querida al Señor que parecería ser la Obra de su Corazón; ella vive en el nombre, en el espíritu y la fe grande en la Divina Providencia: el Señor no me ha mandado a los ricos sino a los pobres, a los más pobres, y al pueblo[6].
Aquí tenemos nosotros orioninos la clave de nuestro aporte a la espiritualidad de comunión; a la espiritualidad eclesial. Hospedar y dejarse hospedar por el otro; por el rechazado, por el “desamparado”. En categorías paulinas, esto podría decirse que es la caridad que edifica la Iglesia, porque es la caridad la que salva el mundo. En síntesis, para Don Orione, la caridad, es el espíritu de la misión; por ello debe transformar la existencia humana:
  • |2| [...] Queremos enmendarnos: llegar a ser buenos religiosos, santos y verdaderos religiosos; como es el deseo de tu corazón. Deseamos llegar a ser humildes, simples como los pastores, dóciles para contigo y para tu Iglesia, como sus corderitos; queremos amarte, y amarte tanto: consumirnos de amor por Ti y por las almas. ¡Oh Jesús! Jesús mío, danos Caridad; lo demás:¡quítalo! [...] [7]
Quiera el Señor quitarnos todo aquello que no sea caridad suya, para experimentar una autentica alegria: servirlo en nuestros hermanos. Y también, con ellos, sentirnos amados por El.

[1] Orione, L., a E. Caronti, 01.08.1936, Summ., § 563; se conserva también de esta carta una minuta, donde se agrega en este párrafo: «[...] en buenas manos, las de Don Sterpi, me refugié». Idem, a E. Caronti, 01.08.1936, mi., ADO, Scr., 19,91-92; con otra carta al mismo destinatario, fechada el 19 de agosto, explicita la causa de la calumnia: «En cuanto al hecho doloroso que me afecta y que, en un primer momento pensé que hubiera provocado la visita suya, es cosa un poco extensa para contar. No quisiera resultar demasiado prolijo [...] Un día llega el correo, y Don Sterpi no estaba en casa; [...] leo. En un primer momento no entendía de qué se trataba. La cosa me parecía extraña. Después caí en la cuenta. Él [Mons. Bacciarini] enviaba a Don Sterpi el testimonio jurado de un Párroco suyo, el de Melide (no era Don Bornaghi) el cual contaba que supo tener en su casa a dos sacerdotes de la Diócesis de Tortona, de los cuales uno era Arciprete, y que había escuchado que Don Orione , cuando estuvo en Messina en calidad de Vicario General, después del terremoto habría frecuentado un prostíbulo, y que se encontró su nombre en los registros de la casa [...]» Orione, L, a E. Caronti, 19.08.1936, Summ., § 564.
[2] sf., mi., ADO, Scr., 118,18]; Papasogli, G., Vita di Don Orione, 288, no. 1.
[3] 25.02.1939, ma., fotogr., ADO, Scr., 115,200-201; (IC., 330).
[4] [...] «el diablo – dice Bernanos – que puede tantas cosas, no llegará jamás a fundar su iglesia, una iglesia que pone en común los meritos del infierno, que pone en común el pecado. De aquí hasta el fin del mundo será necesario que el pecador peque solo, siempre solo». Esta parroquia muerta que, unánimemente, al fin del sermón se muere de risa, es una parroquia de muertos, de cuerpos en putrefacción, de caos y de cieno primitivo que forma el sedimento del infierno. Cf. Balthasar, H. U., Teodramatica, 382.
[5] DOr 1 (1968) 10, citado en: Ferronato, E., «L’inno della carità», 30.
[6] ccir, of., «Cari miei fratelli e figliuoli in Gesù Cristo, che vi trovate a Montebello», 24.06.1937 en, Bressan, G., «La lettera della fede», 18-19; (L. II, 463).
[7] ccir., impr., ADO, Sccir., 00.12.1934; (L. II, 143). Don Orione transforma la primera parte del lema salesiano «Da nobis anima, coetera tolle!», por «Da nobis Charitatem, coetera tolle!».

Comentarios

  1. padre Fernando: quizas no se acuerde de mi yo fui monaguillo cuando usted estaba en la capilla medalla milagrosa en Claypole, mi nombre es Mauro Ludueña y me gustaria retomar contacto con usted ya que en m icasa se lo estima mucho y hace un tiempo ya que con mi mama estabamso tratando de saber algo de usted. espero que me conteste y que se acuerde quien soy! jaja para que tenga una idea usted me regalo una mochila de acampe que aun concervo para que yo la use en los scout. le dejo mi email maurodl89@hotmail.com desde ya muchas gracias!

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