Semana santa de la mano de Jesús y don Orione 3/7

La libertad que libera


Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor".
Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». (Lc 4, 16-21)



El sacerdocio tiene por finalidad la salvación de las almas; y muy especialmente, debe buscar a las que se alejan de Dios y se pierden.
Yo les debo a ellas mis preferencias, no por ternura, claro, sino para sostenerlas paternalmente y ayudarles a volver. Y si es necesario, habré de dejar a las otras, las  que necesitan menos de mi asistencia.

Jesús no vino para los justos sino para los pecadores.

Por tanto, presérvame,  Dios mío, de la funesta ilusión, del engaño diabólico de creer que como sacerdote tengo que ocuparme solamente de los que concurren a la iglesia y a los sacramentos, de las almas fieles y las mujeres piadosas.


Mi ministerio sería seguramente más fácil y agradable, pero yo no viviría del espíritu de caridad apostólica hacia las ovejas perdidas que brilla en todo el evangelio.

Sólo después de correr en pos de los pecadores hasta quedar agotado -y muerto tres veces-, sólo entonces podré permitirme descansar con los justos.

Que nunca olvide que el ministerio que se me ha confiado es ministerio de misericordia, y sepa tener yo para con mis hermanos pecadores un poco de esa caridad infatigable que tantas veces tuviste para con mi alma, oh Dios grande en misericordia. (Don Orione, 1917)

* * *

El obispo esta noche nos preguntará: "¿Quieren ser fieles administradores de los misterios de Dios en la celebración eucaristica y en las demás acciones liturgicas, y cumplir fielmente el sagrado deber de enseñar, siguiendo a Cristo, Cabeza y Pastor, movidos no por la codicia de los bienes terrenos, sino sólo por el amor a la gente?

Y cada uno de los que somos sacerdotes responderá "Sí, quiero".

Quiera Dios que no sólo pronunciemos esta decisión con los labios, sino que quememos nuestra vida en el fuego de una auténtica e infatigable caridad hacia todos nuestros hermanos.



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